Resultados de una investigación realizada en Italia:
Comer por placer y sin hambre aumenta el riesgo de obesidad
Cuando se come por gusto y no para satisfacer el apetito se producen cambios en algunas señales químicas del organismo que bloquean la sensación de saciedad.
Cristián M. González S.
Sentarse a la mesa y disfrutar de ese plato que nos hace agua la boca puede ser una experiencia impagable. Aunque sí tiene precio: una investigación realizada por científicos italianos observó que cuando una persona come motivada más por el placer que le produce la comida, y no para satisfacer el hambre, corre el riesgo de sobrealimentarse y terminar obeso.
El caso es que según el doctor Palmiero Monteleone y sus colegas de la Universidad de Nápoles SUN, es mejor alimentarse para saciar el apetito y no para darse gustos. O al menos no en cada comida.
"Comer por placer puede estimular poderosamente la sobrealimentación en un ambiente donde los alimentos sabrosos son omnipresentes. Entender los mecanismos fisiológicos que subyacen bajo este comportamiento puede dar algunas luces sobre la epidemia de obesidad", afirma Monteleone.
En el estudio italiano se plantea que el fenómeno tendría su explicación en sustancias endógenas que regulan los mecanismos de recompensa del organismo, como la hormona grelina y un compuesto químico llamado 2-araquidonilglicerol (2-AG), ambos asociados a la regulación de la ingesta de alimentos.
Controlar el apetito
Por ejemplo, al ver los niveles sanguíneos de grelina y 2-AG en ocho adultos jóvenes y sanos, se vio que éstos subían al comer su plato favorito, pese a no tener hambre. En cambio, no había un aumento de los niveles cuando comían otro plato.
Según Monteleone, ese incremento sugiere la activación del sistema de recompensa, que anula la señal de saciedad que entrega el organismo.
Entonces, se termina comiendo más de lo necesario.
La doctora Mónica Manrique, nutrióloga de la Clínica UC San Carlos, relaciona este hallazgo con el hecho de que existen dos tipos de hambre: la fisiológica, aquella que se despierta cuando hay una necesidad de nutrientes por parte del organismo -para recuperar energía-, y una emocional, que funciona en todas las personas.
"El hambre emocional es bastante fuerte y fácil de estimular. Las empresas de alimentos lo saben bien y por eso usan colores (cálidos, como amarillo o naranjo), sonidos y aromas que estimulan el apetito y en especial los recuerdos", precisa la especialista.
Se sabe que en este tipo de hambre actúan diferentes neurotransmisores, como la serotonina y la dopamina, ambos asociados a las emociones y el apetito. Cuando están en niveles bajos, aumenta la necesidad de comer.
"En cada persona el hambre emocional funciona de manera particular, y hay quienes no pueden controlar el apetito emocional y es por eso que el problema de la obesidad no tiene nada que ver con la fuerza de voluntad, como muchos creen", dice la doctora Manrique.
La grelina, por ejemplo, es un estimulante del apetito que en gente con altos niveles dificulta que puedan controlar las ganas de comer. "Por eso el tratamiento de la obesidad requiere de fármacos y el manejo con ciertos alimentos".
La investigación del doctor Monteleone saldrá publicada en la edición de junio del Journal of Clinical Endocrinology y Metabolism.
Los genes influyen en el gusto
La genética sería determinante en la manera en que una persona disfruta un alimento y en el sabor que le siente, según un estudio publicado ayer en la revista PLoS ONE. Investigadores de EE.UU. y Noruega descubrieron que en el caso de la carne de cerdo, hay personas que tienen un gen que les hace sentir de manera más intensa la androstenona -un compuesto derivado de la testosterona, común en mamíferos machos-, que puede provocarles rechazo a esa carne.
En la investigación se plantea que alrededor del 70% de la población presenta al menos un par de estos genes.
Publicado el 04/05/12
Fuente: El Mercurio