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¡ Salud
por
los alimentos! |
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Viajemos
unos años en el tiempo. Digamos año
2012. Una dueña de casa de Chicago, ubicada
en el sector de frutas y verduras del supermercado,
tiene en su mano derecha una caja de frambuesas chilenas
y en la izquierda otra de Nueva Zelandia. Las sudamericanas,
de igual aroma y color que las oceánicas,
tienen un precio algo superior. Hasta ahí todo
indica que la compra ya está decidida.
Sin
embargo, en el primero de los envases la etiqueta
destaca un estudio científico según
el cual las frambuesas chilenas son excepcionalmente
ricas en antioxidantes, elementos anticancerígenos.
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Si
antes los consumidores exigían que la
comida fuera barata y de buen sabor, hoy optan
por aquella que les ayude a mantener su bienestar
físico y disminuir los riesgos de enfermedades.
Bienvenidos a la era de los alimentos
funcionales.
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Si
bien la mujer está dispuesta a ahorrar en lustramuebles
o detergente, con la salud de su familia no transa: deja
en su mostrador el producto neocelandés y compra
el chileno.
¿Ciencia
ficción? Nada de eso. Sólo un adelanto de
la tendencia de consumo que viene: los alimentos funcionales.
"Hasta
hace unos años la elección pasaba por el
precio, facilitar la vida o el sabor. Hoy estamos frente
a un cambio estructural, en el que la variable de la salud
se ha vuelto fundamental en la decisión de consumo
en los países desarrollados", señala
Luis Hernán Bustos, director ejecutivo de Interbrand-Chile,
empresa consultora de marketing.
El santo
grial de esta nueva tendencia son los alimentos funcionales.
En pocas palabras, se trata de productos que, más
allá de alimentar, tienen beneficios fisiológicos
y reducen el riesgo de enfermedades crónicas.
En este
segmento se incluyen básicamente frutas, verduras
y pescados con altos contenidos de elementos considerados
por la ciencia como beneficiosos para la salud, tales como
antioxidantes, vitaminas, fibras o ciertos tipos de grasas.
Se calcula
que sólo en EE.UU. este mercado llega a US$ 29 mil
millones, casi 17 veces los envíos chilenos de frutas
y verduras.
La agricultura
chilena podría sacar gran provecho de este nicho
debido a las condiciones geológicas (presencia de
suelos de origen volcánico) y climáticas
(gran cantidad de horas de sol al año).
Por lo
pronto la demanda por alimentos funcionales está comenzando
a cambiar el destino de algunos productos.
El ajo
es un buen ejemplo. Históricamente vilipendiado
por su fuerte aroma, su consumo ha sido profusamente recomendado
por estudios científicos en la última década,
debido a su capacidad para disminuir el riesgo de cáncer,
la hipertensión y colesterol malo.
Los productores
de ajo no desaprovecharon la oportunidad y en cada envase
destacaron sus características funcionales.
El resultado:
en la actualidad es el segundo condimento más vendido
en EE.UU.
El resto
de la industria de alimentos tomó nota rápidamente
y en los envases de manzanas o papas, entre otros, se comenzó a
dar un espacio central a la descripción de sus contenidos
nutricionales y a leyendas como "ayuda a disminuir
el riesgo de cáncer".
El
triángulo virtuoso
El éxito
de los alimentos funcionales ha sido responsabilidad de
un "triángulo virtuoso" conformado por
las personas, gobiernos y empresas.
El alto
nivel de educación de los consumidores, sumado a
la cada vez más abundante información científica,
ha hecho que estos exijan más beneficios para su
salud y explica por qué se preocupan por saber la
cantidad de antioxidantes de una frutilla.
Esto
deriva en que hoy un habitante promedio de EE.UU. consuma
145 kilos de frutas y verduras, mientras que hace una década
compraba 90 kilos.
Desde
el ámbito estatal la motivación es bastante
simple: ahorrar dinero.
Seis
de las principales enfermedades mortales (entre ellas el
cáncer, los problemas cardiovasculares y la diabetes)
están asociadas a una mala dieta y quienes las padecen
representan una fuerte carga para el fisco.
Según
la Secretaría de Salud de EE.UU., en ese país
cada año se gastan US$ 132 mil millones en enfermedades
relacionadas con la diabetes. En todo caso, lo peor estará por
venir: el número de diabéticos se duplicará en
2008, llegando a 34 millones.
Con esos
montos, no extraña que el gobierno de EE.UU. sea
un convencido predicador de los alimentos funcionales.
Uno de
los primeros "afectados" fueron los escolares
de colegios públicos de EE.UU. El menú de
sus casinos ha visto desaparecer las papas fritas y el
tocino, mientras que las frutas y verduras han pasado a
ser los actores principales.
Las empresas
privadas han ocupado el marketing para promover esta tendencia
y agregar valor a sus productos.
Así,
una cebolla ya no es "sólo" una hortaliza
en un plato de ensalada, sino que una importante fuente
de quercitina, un antioxidante que disminuye el riesgo
de cáncer.
Casada
con la ciencia
Entre
los agricultores, especialmente de los países desarrollados,
la alimentación funcional ha cambiado la forma de
concebir la investigación, producción y comercialización.
"En
el caso de los berries, las empresas comenzaron a hacer
estudios sobre la cantidad de antioxidantes presentes en
sus productos desde hace unos ocho años, lo que
se ha intensificado en los últimos tres", afirma
Hernán Speisky, investigador del Instituto de Nutrición
y Tecnología de los Alimentos (Inta) de la U. de
Chile.
Si antes
el contacto entre ciencia y agricultura se daba sólo
al momento de proveer de semillas, proteger de plagas o
de surtir de fertilizantes a las plantas, hoy la relación
va desde el huerto hasta que el consumidor coloca el producto
en su carro de supermercado.
A
nivel de cultivos los efectos también son relevantes.
"En
la actualidad el mejoramiento genético potencia
las características funcionales en las frutas y
verduras. Por ejemplo en el maíz se está estimulando
la presencia de aminoácidos pues éstos son
elementos estructurales de las proteínas, las que
a su vez son muy escasas en los vegetales y vitales para
la mantención de la masa muscular, entre otras funciones",
señala Gabriel Saavedra, coordinador del Departamento
de Horticultura, del Inia La Platina.
Speisky
afirma que la demanda por productos funcionales terminará por
tocar también a los precios.
"Aunque
en la actualidad no se registra una diferencia, a futuro
las características funcionales comprobadas de un
alimento serán una variable que determinará su
valor comercial", proyecta Speisky.
Posición
privilegiada
Con la
propiedad que le da haber hecho mundialmente conocido al
vino tinto chileno como alimento funcional, gracias a su
alta presencia de antioxidantes, Federico Leighton, investigador
de la Universidad Católica, reconoce que en Chile
el conocimiento general sobre estos productos aún
está en pañales.
Esta
ignorancia parece ser inversamente proporcional al potencial
que tiene el país para aprovechar esta tendencia.
En Chile
la escasa cantidad de días nublados obliga a las
plantas a generar concentraciones más altas de antioxidantes
con el fin de frenar el natural envejecimiento que provoca
la exposición sostenida a la radiación solar.
El origen
volcánico de buena parte de los suelos del país,
también lo coloca en buen lugar entre los proveedores
de alimentos funcionales.
Los suelos
sulfurosos permiten alta concentraciones de dicho compuesto
en la producción agrícola. En términos
de salud esto es relevante pues éstos están
fuertemente relacionados a la inhibición del desarrollo
de cánceres gástricos y de colon.
"Si
a la condición sanitaria que ha logrado el país
le agregamos las ventajas para la producción funcional,
Chile está llamado a convertirse en una potencia
alimentaria", argumenta Leighton.
Sin embargo,
todavía queda un par de vallas fundamentales para
que Chile aproveche sus condiciones naturales.
La primera
es desarrollar investigaciones científicas que respalden
las características funcionales de la producción
chilena.
"Es
necesario cerrar el vacío estratégico de
información respecto a la producción chilena",
afirma categórico Speisky.
Hace
dos años comenzaron a darse algunos pasos para revertir
esta situación.
Con $177
millones en recursos, colocados por el Fondo de Investigación
Agropecuaria, la Universidad de Chile y empresarios de
berries, un equipo de investigadores del Inta liderado
por Hernán Speisky se encuentra desde diciembre
pasado embarcado en un estudio de dos años destinado
a detectar la presencia de antioxidante en arándanos,
moras, frambuesas y frutillas.
Cristián
Stewart, presidente de la Asociación Gremial de
Productores de Alimentos Congelados -los berries se exportan
básicamente refrigerados-, explica el interés
de su gremio por esta iniciativa.
"Los
compradores tiene ofertas de todas partes del mundo, por
lo que tenemos que comenzar a diferenciarnos por la calidad
funcional que tienen nuestras frambuesas o arándanos",
reconoce Stewart.
En tanto,
desde hace un año Gabriel Saavedra y su equipo del
Inia La Platina investigan la producción tomatera
de la VI y VII Región para hallar las condiciones
genéticas, de suelos y clima que provocan mayor
presencia de licopeno, elemento asociado al menor desarrollo
de cáncer prostático.
Para
ello Saavedra cuenta con $144 millones entregados por la
Corfo, además del apoyo de las empresas Iansafrut
y Surfrut.
Si bien
en el área científica ya se está avanzado,
en la de marketing todavía queda mucho por hacer,
pues en los mercados internacionales la asociación
entre Chile y alimentos funcionales no existe.
"La
información sola no sirve de mucho si lo que se
desea es mejorar las ventas. El paso inicial que se puede
dar es invertir y crear una marca-país que asocie
a las verduras y frutas chilenas con alimentos funcionales",
recomienda Luis Hernán Bustos.
EN
INTERNET
Primos "recargados"
Si los
alimentos funcionales son productos en su estado natural,
sus primos nutracéuticos son la versión "recargada".
Aunque muchas veces se les confunde a través de
los medios de comunicación, los nutracéuticos
corresponden a concentrados de los primeros. Un ejemplo
lo constituyen cápsulas de licopeno o aceite omega-3.
EDUARDO MORAGA VÁSQUEZ. // Diario El Mercurio
Lunes
10 de mayo de 2004
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