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Cómo somos los chilenos del Bicentenario

Desde el orgullo patriota al sentimiento de superioridad. Desde la familia a la aceptación de la convivencia. Desde la mujer en el trabajo a la injusta repartición de tareas en el hogar. Desde Dios a las animitas. Este es un mapa de qué somos y hacia dónde vamos.  

Gazi Jalil F. 
Cuando, en cien años más, los chilenos se pregunten cómo éramos hace un siglo, probablemente la Encuesta Nacional Bicentenario, de la Universidad Católica y Adimark, les sea útil para hacerse una idea.
El estudio ha hecho la radiografía más completa de Chile y los chilenos, de lo que pensamos y dejamos de pensar, de cómo vivimos y cómo quisiéramos vivir, en un trabajo que ha comprendido cinco años, más de 10 mil entrevistas hechas en todo el país a mayores de 18 años y el análisis de más de 50 académicos y especialistas de distintas áreas.
La encuesta se hizo por primera vez en 2006, un año en que por primera vez una mujer asume la presidencia de Chile, el año en que muere Pinochet y el año de la revolución pinguina. Y, desde entonces, los resultados han ido revelando al chileno que llega al Bicentenario, con todas sus certezas, cambios y contradicciones. Y habría que decir que lo que aparece es un chileno orgulloso: orgulloso de su nacionalidad, orgulloso de la historia del país, orgulloso de Chile. La lista es larga y ahí está desde la comida criolla hasta el folclore y la victoria en la Guerra del Pacífico. Tan orgulloso es, que se cree superior al resto. Le parece que éste es el mejor país de Latinoamérica y que somos diferentes, algo que piensan sobre todo los jóvenes. Ni siquiera le simpatizan especialmente los presidentes de la región.
"El acercamiento progresivo al Bicentenario parece haber exacerbado el espíritu nacionalista de los chilenos. Los datos muestran una creciente intolerancia hacia las demandas y litigios pendientes con nuestros vecinos", dice Roberto Méndez, director de Adimark.
En los últimos cinco años, por ejemplo, el chileno ha endurecido su posición en contra de darle una salida soberana a Bolivia y en gran parte no está dispuesto a concederle ningún tipo de beneficios a ese país. "La razón de este sentimiento radica en la profunda convicción nacional que nuestro territorio nos pertenece a cabalidad y que los límites están respaldados por tratados vigentes", opina Juan Emilio Cheyre, director del Centro de Estudios Internacionales UC. Y agrega: "Los chilenos sienten muy cercano un permanente e injustificado cuestionamiento vecinal al pleno ejercicio de nuestra soberanía mediante recursos que traen al presente problemas definitivamente zanjados que en el caso de Argentina casi nos llevó a la guerra".
Pero en esta fotografía también aparece un chileno más práctico: la mitad se iría si le ofrecieran ganar el doble en el extranjero y buena parte piensa que para ser un país desarrollado hay que globalizarse. Y un tercio dice que, incluso, en el futuro no importará tanto ser chileno.
Aún así, por lejos admira más a Prat, Manuel Rodríguez y O'Higgins. Y a Neruda, Gabriela Mistral y al Padre Hurtado. Además se identifica con la canción nacional, la bandera, las Fiestas Patrias y la cueca. Y aunque reconoce que no siempre dice lo que piensa, se describe como austero, solidario, con humor, hospitalario y con sentido de familia.
Ese, el sentido de familia, es tal vez el punto que más lo refleja. El chileno la pasa mejor en familia que con amigos y prefiere que ésta permanezca junta aunque algunos de sus miembros no tengan mucho en común. Del matrimonio piensa esto: que es para toda la vida, pero cada vez lo cree menos.
Hoy acepta con naturalidad la convivencia y hasta las relaciones sexuales de sus hijos antes de casarse. Eso sí: rechaza, por mayoría, las aventuras extramatrimoniales, aunque entre quienes las aceptan con menos reparos están los hombres de 35 años hacia arriba, justo cuando la felicidad conyugal comienza su declive.
Si hubiera que trazar la línea del matrimonio chileno, sería así: buen comienzo (en especial los primeros cinco años), intermedio complicado (que alcanza su peak a los 30 años de casados) y buen final (los mayores de 54 años dicen que viene un nuevo aire). Lo realmente preocupante es que las mujeres, en este aspecto, se declaran menos felices que los hombres.
Y, la verdad, no sólo en este aspecto.
Hay otra cosa: casi la mitad de ellas piensa que está con sobrepeso y un tercio afirma que tiene baja estatura. La mayoría reconoce que se ha hecho o se sometería a una cirugía estética. Y la dentadura sigue siendo un problema, sobre todo entre las mujeres de sectores más bajos.
Sin embargo, para buena parte de los chilenos la apariencia no es importante a la hora de ser aceptado por otros, aunque sí en el trabajo.
Más deudas, menos hijos
Si miran el estudio, los chilenos del Tricentenario se enterarán de que éramos un país machista. "Existe una escasa valoración por el trabajo femenino; la conciliación mujer y trabajo no es un tema resuelto hoy", según Francisca Alessandri, del Centro de Políticas Públicas de la UC. He aquí un dato revelador: al chileno no le gusta que la mujer trabaje, porque descuida a la familia, porque debería quedarse en la casa y porque si trabaja, no establece una relación cercana con sus hijos. Hombres y mujeres piensan esto casi por parejo y son ellas las que más desean no trabajar si no tuvieran necesidad.
Al interior de la casa las cosas no están mejores. La distribución de las tareas domésticas está notoriamente desequilibrada: casi la mitad de los hombres reconoce que en la casa no hace nada. O casi nada. Y la gran mayoría de las mujeres dice que hace todo. O casi todo.
Pero, en general, hombres y mujeres están satisfechos: con las relaciones con sus hijos, sus parejas y sus padres; con su ánimo, su aspecto y su salud. Se diría que, estadísticamente, somos felices. Estamos seguros de que si algo grave nos pasa, un familiar nos ayudará y que nuestros amigos nos acompañarán en las buenas y en las malas. Nos sentimos queridos por la gente que nos rodea y, además, contentos con nuestro vecindario, conformes con nuestro hogar, no tenemos problemas para dormir y, aunque se diga lo contrario, no nos sentimos solitarios ni demasiado deprimidos.
Con lo único que el chileno del Bicentenario no está satisfecho ni tan feliz es con su situación económica. La mitad se siente agobiada por las deudas, sobre todo quienes pertenecen a los sectores socioeconómicos C3, D y E.
Pero para salir adelante y mejorar su situación económica está dispuesto a dejar algunos amigos de lado y posponer la llegada de un hijo. Lo que poco más de la mitad no haría es trabajar más horas ni a aceptar un trabajo que lo alejara temporalmente de su casa, aunque sea mejor del que ya tiene. Ya está dicho: la familia es lo primero y, pese a todo, no creemos estar tan mal: pensamos que tenemos una mejor casa que la de nuestros padres, mejor vida familiar, más tiempo libre, mejor trabajo y hasta mejor sueldo.
¿Entonces de qué nos quejamos? Si hemos de creer en las cifras, nos quejamos de llenos. Por ejemplo, nos quejamos de los jóvenes. Opinamos que los jóvenes de hoy se comportan peor que los de antes y que no tienen respeto por sus mayores. Encima, pensamos que los profesores y los padres los tratan de manera suave y permisiva. Nos gustaría más mano dura con ellos. Tal vez los jóvenes del Tricentenario vean con extrañeza que hoy casi no nos gusta que nuestros hijos piensen por sí mismos, ni que descubran por su cuenta lo que es mejor para ellos. Esa es función de los padres -decimos- que saben lo que es bueno para ellos. Además, nos complicaría que tuvieran un amigo homosexual, más si pertenecemos al sector E, aunque no tanto si somos del ABC1. Tampoco nos gusta darles tanta libertad. Preferimos protegerlos y evitar que corran riesgos. Y eso que ya no es, como antes, el padre quien impone la disciplina en la casa. Eso es cosa del pasado. Hoy la autoridad es compartida: madre y padre por igual.
Somos tan aprensivos que tal vez por eso ya no queremos tantos hijos como antes, cuando era común tener 6. Hoy, en promedio, son tres y la tendencia es a la baja, como si ya fuéramos un país desarrollado. De hecho, más de la mitad de las mujeres que hoy sólo tienen un hijo no planean tener el segundo. ¿Las razones? Los hijos hacen más complicado que la mujer trabaje y son difíciles de mantener. En los sectores más bajos se argumenta también el reducido tamaño de la casa.
Pese a todo, más de la mitad de los chilenos desaprueba el aborto y entre quienes lo aceptan "sólo bajo alguna circunstancia" está cuando el embarazo es producto de una violación y cuando la salud de la madre está en riesgo.
Dios no ha muerto
Hay sólo una cosa más o tan importante que nuestra propia familia: Dios. Casi todos pensamos que existe, lo que no es menor si se piensa que hace más de un siglo se venía pronosticando la desaparición de la religión y, según Nietzsche, "la muerte de Dios".
Además, los chilenos piensan que la religión le hace bien a la sociedad, quieren que sus hijos se casen por la iglesia y opinan que los valores cristianos debieran jugar un rol más importante en la sociedad actual.
"Se trata de un hecho importante por cuanto nuestro modo de vivir ha estado cada vez más marcado por una racionalidad científico-técnica, cuya ilusión ha sido someterlo todo a su dominio y poder", dice Joaquín Silva Soler, decano de la Facultad de Teología de la UC. "Es también un hecho mayor -añade-, por cuanto las mismas religiones (en el caso nuestro, la religión cristiana) no siempre ha estado a la altura de los tiempos, no siempre ha sido una experiencia de libertad, no siempre ha contribuido a la vida más plena del hombre y, sobre todo, porque muchas veces no ha sido testimonio del absoluto y de la trascendencia de Dios, anteponiendo los propios intereses personales o institucionales al 'amor a Dios por sobre todas las cosas'. Por todo ello, si seguimos creyendo en Dios es, principalmente, gracias a Dios".
Como sea, también creemos en los milagros, en la Virgen, en la vida después de la muerte y en los santos (gana Santa Teresita). Y en el infierno, en las brujerías y las animitas. Pero al mismo tiempo, pese a que el 70 por ciento de declara católico, sólo el 43 por ciento reconoce sentirse parte de la Iglesia. Y casi la mitad de los chilenos prefiere que las iglesias no traten de influir en las decisiones públicas.
Políticamente, al chileno le gusta el actual sistema presidencial de cuatro años, aunque casi la mitad preferiría que fuera con reelección, como el modelo estadounidense. Y al votar se fija en que el candidato sea transparente, confiable y sincero. No le interesa tanto en que sea austero, sobrio o sencillo.
Le gusta ir a votar, no le complica que su hijo no piense políticamente igual y tampoco cree que no pensar de la misma manera impida entablar una amistad con alguien. "La política parece haberse hecho menos importante para los chilenos y no es fuente de enfrentamientos", dice Roberto Méndez.
Donde sí percibimos que subsisten conflictos es entre gobierno y oposición, ricos y pobres, trabajadores y empresarios, pero el mayor conflicto lo vemos entre el Estado y los mapuches.
Hay que decir otra cosa: valoramos la iniciativa y el trabajo duro para surgir. También la habilidad y el talento personal. Y creemos que la pobreza está ligada a la flojera y la falta de iniciativa más que a la falta de oportunidades o los vicios y el alcoholismo. Y éste un dato apabullante: pocos estiman que en este país un pobre pueda salir de la pobreza.
Sin embargo, de aquí a 2020 no es que apostemos a que seremos un país desarrollado, con mejor calidad de la educación y con la pobreza erradicada, pero al menos pensamos que se habrá avanzado. "Hay un cierto optimismo", dice Francisca Alessandri. Más pesimistas estamos respecto al daño al medio ambiente: pocos creen que mejoraremos.
En las siguientes páginas verá el detalle de esta radiografía de tendencias, comportamientos, actitudes y opiniones del chileno del Bicentenario. Una mirada "al alma de Chile".

 

Publicado el 20/09/2010

Fuente: El Mercurio